MA TTEOTTI llegar a Roma el martes y el sábado toma servicio. Estamos al 10 de junio. Sin tener en cuenta que en sn discurso de enero de 1925 Mussolini ha reiterad0 -después del crimen- la declaración he cha varias veces antes, es decir, que nada podía suceder en Italia sin que él estuviera al tanto, es manifiestamente imposible que toda esta preparación se desarrolle, después de las sacudidas de Mussolini, sin que el mismo Mussolini estuviera al tanto. La misma sentencia del juzgado que cerró la instrucción del proceso proclamó que jamás los ejecutores del crimen hubieran tenido la osadía de tamaña iniciativa y que con toda seguridad habían recibido el mandato. Todo eso se comprende muy bien. Dumini era "sencillamente" un "squadrista" (reo confeso de siete homicidios impunemente -cometidos y mofándose de ello) ; pero los demás eran varias veces reincidentes por robo, estafa. y lesiones; y algunos hasta por deserción en la guerra. Con toda seguridad no hubieran "marchado" si no se sintieran cubiertos. La sentencia de la "Sección acusadora" de~lara explícitamente, y se esfuerza en probar que los mandantes habrían sido lfossi y Marinelli. Pero los dos no fueron otra cosa que los que transmitieron la orden. La prueba está en el mismo proceso. 9uando el jueves por la noche la policía (que lo sabía todo desde el primer momento) atrapó a Dumini, que se preparaba para salir de viaje para Milán, Rossi y lVIarinelli se precipita.ron al ministerio del Interior. Los recibió De Bono, director general de policía, y Finzi, subsecretario de Estado, y sin rodeos solicjtaron la liberta.el de Dumini. -¿Por qué todo eso~ -preguntó De Bono. -De lo contJ:ario hablará y va a decir que ha sido él el que ha dado la ordenreplicó Rossi. Pág. 13 -¡,El, quién? -preguntó De Bono. -El Presidente -replicaron Rossi y }farinelli. Todo eso es textualmente sumariado como declaración tomada por el juez a De Bono, como testigo, en la instrucción del proceso. Podría ya bastar. Pero hay algo más. Cuando se descubrió que Dumini estaba en correspondencia clandestina con su familia., es-cribiendo bajo Jas estampillas de las postales (ponía más estampillas que las que se necesitaban, cosa que llamó la aten-ción, traicionándose): se pudo comprobar que en esos escritos formulaba amenazas extorsionistas contra el "Pr-esidente", y también todo eso está en el expediente del juicio. Después de todo eso se puede muy bien no tener en cuenta el hecho (referido por un diario de Roma, seis día~; después del crimen) que Dumini había declarado explícitamente a un coronel de la milicia que él "no había obrado por su propia iniciativa" y que si no le devolvían la libertad pronto "hablaré y haré el Sansón. Que los filisteos tengan -cuidado". Del mismo proceso resulta además que también a otro de los "ejecutores" (Poveromo, si no me equivoco) se le dejó escapar antes que la apresaran, muy claras indireetas sobre el verdadero mandante del asesinato. l~inalmente están también los famosos "memoriales". El memorial de Filippo Filippelli -un canalla como nadie y por eso cobardemente sincero, cuando fué embargado por el miedo- lo escribió cuatro días después del crimen; es de una precisión terrible; Mussolini está sindicado, como mandante, cuando menos una media docena de veces. De más está decir que el memorial está reconocido y confirmado por el mismo Filipelli, en el -curso de la instrucción del juicio -en el primer período: cuando éste
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