al individuo en esclavo, mejor dicho, en engranaje de la inmensa máquina construída p_oruna minoría audaz y prepotente, parca en las ideas, decidida. en los hechos. El antihumanismo fascista alcanza su máxima expresión en la teoría del Estado, base y columna vertebral del si3tema. No se juzga el valor del individuo frente a un principio abstracto, una forma substancial de vida o, lo que es más práctico y eficiente, el interés común. Hay una sola balanza para el mérito del pensador, el sabio, el- artista, el obrero; una balanza muy primitiva y simple. Primitiva y simple como la fórmula que la limita: '' Todo en el Estado, nada contra el' Estado, nada fuera· del Estado". Y cuando el mismo Mussolini declara que el Estado fascista no ha de entenderse como un '' ritorno all 'antico ",y que José de Maistre -inefable inquisidor ideológico- no es su profeta, casi podríamos creerle. En realidad de verdad, el Estado fas cista no es una copia fiel de· las seculares autocracias: trátase de una edición ultramoderna, corregida y empeorada en gran parte. No requiere solamente acatamiento y prudente silencio; exige la cooperación dinámica. No es una tapa de plomo, sino una máquina que empuja y _arrastra a los individuos y tritura al que se detiene. Terrible organismo sostenido y dirigido por la fuerza. Todas las realidades y las apariencias humanistas, soñadas por los filósofos y apóstoles y conquistadas en el curso de los siglos, son ofendidas y negadas. Alientan en su trama psicológica Sorel y Nietzsche, mal digeridos y arteramente interpretados; el sindicalista Sorel al servicio de la va19 • MATTEOTT-I XIV ANIVERSARIO cuna corporativista -último ·hallazgo de la burguesía. tambaleante-, el anarquista Nietzsche al sePvicio del "má.s frío de los monstruos", el Estado. Y esto no basta. Lo que en el fascismo tiene un legítimo carácter nietzschiano es el culto de la fuerza : la fuerza como instrumento y fin, ejercicio continuo- de la voluntad de potencia. Quien leerá mañana los discursos, artículos apologéticos e inflamadas proclamas de Hitler, Mussolini y sus satélites, advertirá la afirmación· decidida, casi diría cínica, del derecho del más fuerte, el resentimiento de un grupo de humillados y ·ofendidos que vengaron • sobre sus amigos de ayer las lógicas impotencias y los tenaces rencores, un gesto de '' protesta viril'' favorecido por las circunstancias. Y como un comentario plástico a las palabras, se recordará .la actitud de vanidoso desafío, la dureza de los músculos crispados, la mirada soberbia y violenta, todo lo que hay de teatral y sincero a la vez en la i:µte~ resante psicología de la mímica fascista. Simulación y realidad, pero todo -rudo y sin ponderadas transiciones. Esta reacción contra el refinamiento decadente y el sibaritismo -intelectual de fines del siglo XIX cae en el exceso contrario. Vuelvo a repetirlo: La experiencia de la guerra fué dolorosa y terrible y transformó a los hombres. El culto del músculo, la embriaguez populachera del ring, la exaltación del heroísmo brutai y el atropello· en gran escala son otros tantos fenómenos derivados del mismo principio. El estado de ánimo colectivo que culminó en la admiración estúpida y delirante por hombres inferiores : un Johnson,· un Dempsey, un Firpo, un-· Carnera; hizo posible el triunfo de Mussolini e Hitler. Mejor aún: lo explica,
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