LUIGI CAMPOLONGHI El Vengador . LUIS CAMPOLONGHI: Escritor y poeta, hace tiempo que Luis Campolonghi ha renunciado a los honores de una profesiéin - la periodistica - que hoy en Italia solo ejercen Jos que saben llevar una Jibrea de siervo. Luis Campolonghi ha preferido la batalla. Presidente de la Liga Italiana de los Derechos del Hombre, es un infatigable soldado del derecho y de la justicia; un caballero del ideal. Y es bello ver, en el articulo que nuestros lectores leeran con toda emociéin, que él haya querido recordar a quienquiera haya intentarlo olvidar, al jovencito que, con De Rosa, fué a matar y ser matado, sofiando ser el Vengador de Matteotti y de todas las victimas del fascismo. LUIGI CAMPOLONGHI, E N la historia tragica de la guerra civil italiana, Gino Lucetti, encarna la personificaci6n severa del Vengador. Aunque cornprovincianos, no le conozco; sé que sali6 de una farnilia humilde, algo acornodada, de Avenza; y que la familia era tildada de los Carolan. Sé también que fué a la guerra republicano, para volver de fe anarquica; que torno parte en la lucha contra el fascismo, desde 1920 en adelante, y que, durante una refriega nocturna, una hala le atraves6 el cuello. Por ultimo, sé quc <lebe su vida al auxilio <le un médico de renombre, - rnas, sobre todo, arrojado y humano - quicn consinti6 curarlo a escondidas hasta sanarlo, y fué rnilagro verdadcro: de lo contrario, Gino Lncetti no hubiera venido a tierra de Francia para sonar, ni hubiera vuelto luego a Ilalia con la firme intenci6n de vengar a Matteotti. Pero una curiosi<lad ardiente y fraterna! me ha empujaùo sobre las pocas huellas de.iadas tras sn camino por este joven, quien a la dictadura de la reaccton quiso oponer la dictadura de la rebeldia. y quien cn lug-ar de los honorcs del triunfo atendi<lo conoci6 aquellos, igualmcnte previstos del sacrificio. He interrogado, pues, a sus a.migos, particularmente a los de Villafranca, sobre el mar, en donde Lucetti vivi6 algun tiempo, pero naclie pudo decirme de haber conocido sus fieros prop6sitos. Me han dicho que trabajaba dc picapedrero, para ganar su sustento diario y que no rehuia, por principio, de la compafi1a; pero a menu<lo, cuando se encontraba entre amigos aleg1·es se le ve1a nublarse improvisaclamcnte y alejarse, ccrrandose en el sencto de sus pensamientos. A pesar de todo esto, hnbo un momento cu que una esperanza lumino,:a pareciole sonreir: cuando Ricciotti Garibaldi empez6 a pr('parar las leg-ioncs famosas que debfan libertar a Italia. P('1·0 apcnas cundi6, hasta en los mas ilusos, la desconfianza hacia ese hombre ya plegado, quizas, a la traici6n, Gino Lucetti tnvo sus horas de decepci6n y de reheldfa. -Un dia, Garibaldi, nos pas6 de revista, acostumbraha a decir con tristeza infinita. Llegado hasta mi, M me pnso delante y me pregunt6: i, Tienes alg-uien en Italia~ Hahiéndole contestado que alli, eri AYenza, mi padre y mi novia me espet·aban, me golpe6 con la mano en el hombro cliciéndome: Pues bien, nremh-ese para ir a verlos. Desde aquel dfa he dorrnido por mucho tiempo con la camisa roja ... Luego ...
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